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LA TRIBUNA.12-01-04.
Artículos: LA JORNADA CONTINUADA
(José Antonio García Cebrián)

El debate ha surgido en los medios por un hecho que tiene más trascendencia de lo que parece. Que los colegios, hasta 1º de la ESO, tengan la jornada continua, es una aspiración que tiene el colectivo de maestros desde hace tiempo. Los debates se han desarrollado en el ámbito de la escuela y en los medios y la Administración ha dejado su resolución a los Consejos Escolares. Hasta aquí todo normal y dentro de lo que llamaríamos las competencias que la legislación actual concede a los Consejos Escolares.
Pero el problema es más complejo porque intervienen factores unos más prioritarios que otros a la hora de elegir tal o cual jornada. El primer factor a considerar sería el alumno. Es indispensable analizar si los niños a las edades comprendidas entre tres y diez-doce años están en situación de «aguantar» de seis a siete horas seguidas en el colegio. La palabra la tienen los pedagogos, o sea, los propios expertos en la aplicación práctica, el maestro que está en el tajo. Son edades muy especiales y delicadas para que nos las saltemos a la torera. Esta consideración es tan importante que me atrevería a decir que es la prioritaria. Y a la que tendrían que subordinarse los demás factores, por muy legítimos que sean. No es lo mismo un chaval de catorce o quince años, que uno de siete u ocho. Y no digamos nada los que empiezan a los tres-cuatro años. Y ¿qué hacer al terminar el horario lectivo? ¿Comedores, actividades extraescolares, colegios abiertos toda la tarde o sólo algunas horas?...
El segundo factor es la familia. En la mayoría de los casos, el funcionamiento horario de la familia no tiene nada que ver con el de hace unos pocos años atrás. A esto se añade el trabajo de ambos cónyuges en horario partido de mañana y tarde. Así mismo, la economía familiar, en la mayoría de los casos, no tiene medios suficientes para resolver los problemas de estancia y mantenimiento de sus hijos durante las horas extraescolares. Pero la familia tiene que comprender que son ellos los responsables y tienen que intentar solucionar estos problemas por ellos mismo o en colaboración delegada con las distintas administraciones. No se puede hacer dejadez de funciones cuando se trata de la educación de los hijos. Por eso es fundamental también oír a los colectivos familiares en sus problemas y limitaciones. Y son esos colectivos los que tienen que urgir a la Administración correspondiente para que tenga en cuenta sus posibles soluciones.
El tercer factor que interviene en la ordenación del Sistema son las distintas administraciones locales, regionales y nacionales. Algo, y mucho, tienen que decir los Ayuntamientos, la Consejería de Educación y el Ministerio en este asunto. Lo primero en cuanto a la consulta a los distintos estamentos que intervienen en la enseñanza. Lo segundo las posibles soluciones, la cuantificación del costo real que va a suponer esta reforma, quién va a pagar el costo real de la ampliación de horario por la tarde, quiénes van a estar dirigiendo las actividades extraescolares que se desarrollen en cada colegio, ¿serán en todos igual o habrá libertad de elección?..., el seguimiento de los resultados en cada caso.. Es decir, que Ayuntamientos, Consejería y Ministerio se pongan de acuerdo y hagan un plan integral para todo el ámbito de sus competencias y además, si fuera posible, con total consenso.
Y, por último, los maestros. Ellos mismo saben que tienen derecho a esta aspiración. No sólo por ser legítima, sino porque significa para ellos un tiempo dedicado a su propia preparación, de cara al aula y profesionalmente de aspiración a obtener un puesto fijo en la Administración y a la constante actualización en sus conocimientos y destrezas educativas. Y eso se prepara con horas de trabajo individual, cursillos, etc... que la jornada partida no les permite. Pero el maestro sabe también, por su propia vocación pedagógica, que hay que sacrificar muchas de las aspiraciones en aras de una necesidad pedagógica del niño.
El problema está ahí, y desentenderse del mismo es peligroso por las consecuencias que pueden traer a los niños en las edades más importantes y delicadas de su educación integral. El niño necesita de la escuela como necesita de la familia. Aquella, sin ésta, o a la inversa produce un choque frontal, traumático muchas veces, en el desarrollo de la personalidad de un niño. Y esto es para toda la vida. Pónganse sobre la mesa todas estas aspiraciones, todos los legítimos derechos de unos y de otros y, pensando sólo y exclusivamente en el niño, se dé la solución. Y veamos de dónde se puede sacar el dinero, aunque sea difícil, para solucionar el problema. Que la sociedad sea consciente de que se juega el futuro de sus ciudadanos en estos detalles, que parecen poco importantes, pero que lo son y mucho.


José Antonio García Cebrián

 
 
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