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LA TRIBUNA.13-01-04.
Artículo: UNA NUEVA JORNADA ESCOLAR
(Ascensión Palomares Ruiz)
En la actualidad, vivimos un escenario social complejo.
El imperante moderno de la globalización borra -poco
a poco- las diferencias e instala cierta uniformidad y homogeneidad
en los códigos de comunicación. El impacto de
las nuevas tecnologías, no sólo en la producción
de bienes y servicios, sino también en el establecimiento
de las relaciones sociales, plantea la necesidad de nuevas
conceptualizaciones. También se observa que los conceptos
de espacio y tiempo se modifican, como consecuencia de la
velocidad y la simultaneidad con que circula la información.
Está claro que la función educativa de la Escuela
requiere autonomía e independencia intelectual, caracterizándose
por el análisis crítico de los procesos e influjos
socializadores, incluso legitimados democráticamente.
En resumen, lo que se debe pretender es favorecer el desarrollo
consciente y autónomo de las personas, para conseguir
modos propios de pensar, sentir y actuar.
La formación de ciudadanos autónomos, conscientes,
informados y solidarios, requiere una Escuela viva y comprometida
con el análisis y la reconstrucción de las contingencias
sociales, donde pueda recrearse la cultura.
En el Siglo XXI, la Escuela no puede seguir ignorando las
peculiaridades y diferencias de desarrollo individual y cultural,
imponiendo la adquisición homogénea de contenidos
perennes de la humanidad y despreciando los procesos, contradicciones,
emociones y sensibilidades, en un único modelo de organización
temporal y espacial, al margen de las exigencias coetáneas
de los grandes cambios que se producen en la sociedad. Resulta
evidente que la Escuela no puede transmitir, ni trabajar,
dentro de un único marco cultural, un único
modelo de pensar sobre la verdad, el bien o la belleza.
Se precisa una Escuela que ofrezca un marco de seguridad,
un espacio en el que no exista la presión de la evaluación,
conforme quiere imponer la LOCE, y en el que se desactive
el juego de las expectativas recíprocas y se posibiliten
las asunciones de roles y riesgos inéditos. Consecuentemente,
tanto la distribución del espacio como la organización
de los horarios escolares, en la Escuela actual, responden
a una concepción de la enseñanza como transmisión
del conocimiento disciplinar. Así, las aulas continúan
siendo espacios cerrados de recepción, presentando
numerosas dificultades físicas para cualquier metodología
que no sea la transmisión magistral, la consiguiente
reproducción cultural o el trabajo individual.
La distribución del tiempo, en horario generalmente
fragmentado y ordenado jerárquicamente por la supuesta
importancia de las disciplinas, implica un marco de trabajo
centrado en la transmisión automática de conocimientos.
Por el contrario, la enseñanza educativa requiere un
marco espacial y temporal mucho más flexible para acomodarse
a la diversidad de proyectos que pueden formularse y desarrollarse
en cada grupo de alumnos.
Si resulta lamentable que existan personas que no comprendan
la necesidad de introducir cambios en las Escuelas, aún
es más incomprensible que utilicen argumentos falaces
para impedirlos. Muy al contrario, los pedagogos progresistas
apostamos por la necesaria participación en un proyecto
de vivencia cultural, con disponibilidad abierta de espacios,
del tiempo y de los recursos, para afrontar las tareas que
se deriven de la creatividad cooperativa. El aula sin muros
y la programación abierta son requisitos imprescindibles
para una enseñanza que se proponga integrar la Escuela
y la sociedad, la teoría y la práctica, el desarrollo
individual y la cooperación social.
La Escuela debe convertirse, para las familias, los docentes
y el alumnado, en un lugar de vivencia cultural, de reproducción
y recreación de la cultura crítica de la comunidad.
Por ello, vivir la cultura en la Escuela requiere construir
una Escuela como comunidad abierta de aprendizaje, de reflexión
y acción, de reproducción y transformación.
Consecuentemente, tendríamos que aprender a vivir en
una comunidad democrática de aprendizaje, recreando
un proyecto educativo decidido realmente por los Claustros.
La Escuela actual precisa una política educativa que
ofrezca -entre otras cosas- una alternativa a la jornada escolar
actual, ya que la determinación de la amplitud de la
jornada escolar es una decisión de extraordinaria importancia.
La jornada prolongada y continua del alumnado no supone una
jornada isomorfa y «comprimida» del horario escolar,
sino una forma más racional de organizar el tiempo,
practicar la heterogeneidad y el respeto a la diversidad.
El horario escolar ha de permitir la flexibilidad del tratamiento
curricular para acomodarlo a las diferencias individuales
y grupales, posibilitando la diversidad de intervenciones
didácticas y, además, considerar los momentos
dedicados a la recuperación asistida o tutelada. Un
horario prolongado permite dedicar más tiempo a los
niños con necesidades educativas especiales, a los
métodos cooperativos y de aprendizaje compartido, con
la consiguiente dedicación al trabajo en grupo, la
investigación y la indagación, los debates,
las asambleas y las relaciones horizontales entre el alumnado
y las de éste con el profesorado.
Es evidente que la Escuela actual precisa muchos cambios para
ofrecer una educación de calidad; mas, también
es evidente que no pensamos mucho sobre ello, porque no profundizamos
en los hechos que tenemos delante de nuestros ojos. Una de
las muchas razones por las que la democracia es imperfecta
es porque se ha conseguido -en beneficio de quienes ostentan
el poder- que todos «pensemos» igual. Por ello,
si la raíz de la vida está en la infancia, los
padres y los docentes podemos contribuir a hacer un paraíso
o un infructuoso desierto, por lo que tendremos que trabajar
conjuntamente para ofrecer -a todos y todas- el marco escolar
que realmente los forme como personas, sin ningún tipo
de discriminación.
Ascensión Palomares Ruiz - Catedrática de didáctica y organización
escolar de la UCLM. Doctora en filosofía y ciencias
de la educación.
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