Revista de Premsa

 

EL PAÍS

06-12-2004

El trato a los docentes provoca tres sentencias más contra los obispos

LAS MUJERES EN LA CARRERA ACADÉMICA

Educación democrática y vida cotidiana

 

 

El trato a los docentes provoca tres sentencias más contra los obispos

 

El Supremo rechaza un recurso de la diócesis de Canarias en un despido improcedente

 

JUAN G. BEDOYA - Madrid

EL PAÍS - Sociedad - 06-12-2004

El polémico sistema de selección de los profesores de catolicismo -contratados y pagados por el Estado, pero escogidos por el episcopado para cada curso- sigue dando trabajo a los tribunales de justicia. Ahora es el Supremo el que acaba de rechazar sin paliativos una demanda del obispado de Canarias pidiendo "unificación de doctrina" en un caso de despido improcedente, mientras en Madrid el Tribunal Superior ha anulado la cláusula del contrato de trabajo de esos docentes que omitía la indemnización por despido. La Sala de lo Social del Tribunal Superior de Justicia de Canarias, con sede en Las Palmas, había condenado en diciembre de 2002 a la Administración por prescindir sin motivo de los servicios del profesor Benito Aguiar Mateo, que enseñaba religión católica desde 1994 en varios institutos de Secundaria. Aguiar participó en 2000 en una huelga legal y el obispado lo excluyó al año siguiente, sin aviso, de la lista de los propuestos para ser contratados por el Gobierno canario. Aguiar recurrió y la sentencia condenó a la Administración a readmitirlo inmediatamente, o a indemnizarle con 20.762,6 euros, más los salarios dejados de percibir a razón de 65,91 euros día, "debiendo el Obispado de Canarias estar y pasar por dicha resolución".

El Ejecutivo canario, que ya había perdido decenas de pleitos por parecidos motivos, se aquietó a la sentencia e indemnizó al docente con las cantidades ordenadas por el tribunal. Pero el obispado, pese a no ser el empleador de Aguiar, decidió interponer ante el Tribunal Supremo un recurso de casación para la unificación de doctrina.

 

 

 

LAS MUJERES EN LA CARRERA ACADÉMICA

 

El techo de cristal universitario

Sólo el 12% de las cátedras y cuatro de los 72 rectorados están ocupados por mujeres

 

MAR PADILLA - Barcelona

 

Alguna cosa no acaba de funcionar en los templos del saber y la investigación. A pesar del indudable avance en aras de la igualdad, las mujeres aún sufren una persistente discriminación y apenas han conseguido penetrar en los ámbitos de decisión del sistema universitario y científico. Un estudio del Observatorio de Bioética y Derecho de la Universidad de Barcelona (UB) alerta de que, aunque las mujeres representan casi el 60% de los licenciados,

únicamente el 12% de los puestos de catedráticos están en manos femeninas y sólo cuatro de los 72 rectorados universitarios que hay en España están ocupados por mujeres. El estudio, llamado Documento sobre mujeres y ciencia, subraya también que la presencia de las mujeres es prácticamente anecdótica en las reales academias, donde sólo 45 de sus 672 miembros lo son.

Según el análisis, coordinado por Roser González, catedrática de Genética de la Universidad de Barcelona (UB), esta situación de discriminación en los puestos de responsabilidad no se da sólo, como comúnmente se piensa, en las áreas técnicas o científicas donde la presencia masculina es mayor, sino que se reproduce también en carreras como Medicina, Derecho o Farmacia, donde las mujeres son mayoría.

Según datos del Ministerio de Educación, todavía no hay ninguna mujer catedrática en 27 áreas universitarias, entre ellas especialidades tan emblemáticas como Pediatría o Teoría de la Literatura y Literatura Comparada. Además, no hay ninguna mujer entre los 40 miembros de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación, y entre los 49 que forman la Real Academia Nacional de Farmacia sólo cinco son mujeres. Estas llamativas ausencias no se dan sólo en instituciones tan antiguas como las Reales Academias, donde es determinante acreditar un brillante currículo universitario. También las de reciente creación adolecen de una escandalosa falta de equidad. Es el caso de la Fundación Catalana para la Investigación, que no tiene ni una mujer entre sus 59 miembros, según datos de 2003. En el Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), la principal institución de investigación española, la situación de las mujeres apenas ha mejorado en 30 años: desde 1970 a 2003, el número de profesoras que dirigen investigaciones

-la categoría más alta- ha pasado del 8% al 15,4%.

El estudio añade que las becadas en las universidades para hacer el doctorado son mayoría, "pero estas doctoras son en buena parte eliminadas por el sistema en el momento de la contratación, momento en el que las políticas departamentales prevalecen sobre el currículo". Y concluye que una cosa es la teoría, y otra, la práctica: "El reconocimiento de la igualdad de género en los textos de más alto nivel de los ordenamientos jurídicos esconde la discriminación de las mujeres en la realidad social", advierte el estudio.

"Hay una pared invisible que hay que derribar, porque la noción de que es cuestión de tiempo llegar a los más altos puestos de decisión se revela falsa para las mujeres", explica María Casado, directora del Observatorio, para quien esta situación no variará hasta que se apliquen medidas estructurales de cambio. Casado, experta en Filosofía del Derecho, advierte de que esta situación de "discriminación fáctica es a veces difícil de percibir, porque una pantalla legal te dice que eres igual, que si trabajas llegarás a los puestos más altos, pero no es así". Para la catedrática de Antropología Social de la UB María Jesús Buxó, el problema no es la formación, dedicación o calidad del trabajo de las mujeres, "extensamente demostrado", sino una cuestión política. Para Buxó, "hay que aplicar un correctivo a esta invisibilidad femenina y buscar fórmulas de discriminación positiva".

La rectora y catedrática de Ciencia Política de la Universidad Pompeu Fabra (UPF), Rosa Virós, califica la labor del Observatorio como "trascendental", ya que el Documento mujeres y ciencia es un pormenorizado análisis "de la distribución del poder, donde se dictan y se deciden las políticas científicas y universitarias". Para Virós, "ya ha pasado el momento de las grandes declaraciones y ahora hay que pasar a los hechos". La rectora de la UPF subraya que, en materia de discriminación, "la clave es el acceso a los núcleos de poder".

Las coordinadoras del estudio señalan la dificultad de conocer la situación real de las mujeres, puesto que buena parte de los datos que proporciona el Instituto Nacional de Estadística no se diferencian por sexo. "Saber es poder", advierte Roser González, quien señala que la manera en las que a veces se presentan los datos, muchos de ellos relativos a la investigación y a sectores laborales, "dificulta su comprensión y limita su análisis comparativo".

Para rectificar las actuales políticas universitarias y científicas, que de facto "desperdician el 50% de los cerebros de la población", según Roser González, el documento recomienda hacer un seguimiento del cumplimiento de las políticas de género, reclama la incorporación y desarrollo de la normativa de la Unión Europea y exige a las universidades y centros de investigación que se comprometan a adoptar medidas correctivas.

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LAS MUJERES EN LA CARRERA ACADÉMICA

ENTREVISTA: NEUS VISA Investigadora y profesora de Biología Molecular de la Universidad de Estocolmo

 

"Desaprovechar el potencial de las mujeres, además de injusto, es una malversación"

MILAGROS P. OLIVA - Barcelona

 

Neus Visa (Barcelona, 1962) es una mujer muy alta, de andares calmos y expresión serena. Es profesora de Biología Molecular y Genómica Funcional de la Universidad de Estocolmo y ha hecho un viaje relámpago a Barcelona para dar una conferencia sobre "La mujer en el mundo de la ciencia. El modelo sueco", invitada por la Asociación de Mujeres Investigadoras y Tecnólogas, con el apoyo del Observatorio de Bioética y Derecho y la Fundación Dr. Antoni Esteve. Neus Visa puede hablar con propiedad del modelo sueco porque es allí donde ha hecho toda su carrera científica. Tras doctorarse en Biología Celular en Universidad Autónoma de Barcelona, logró una beca de la European Molecular Biology Organization (EMBO) para investigar expresión génica en Suecia durante dos años. Y allí sigue.

Pregunta. De eso hace doce años. ¿Por qué se quedó?

Respuesta. Simplemente, conocí al que sería mi marido y decidí quedarme. Después, todo se fue encadenando. Cuando terminé la beca EMBO conseguí otra de la Comunidad Europea para seguir trabajando en el Instituto Karolinska. Luego obtuve una plaza de investigador junior del Consejo de Investigación sueco y antes de terminar, en 1999, gané una plaza de profesora asociada en la Universidad de Estocolmo. Desde 2003 estoy en excedencia de la tarea docente y vuelvo a ocupar una plaza de investigadora del Consejo de Investigación.

P. Realmente el periplo describe un marco de oportunidades. ¿Cree que hubiera tenido las mismas aquí?

R. Entonces en Suecia había muchas plazas para investigadores jóvenes y en España muy pocas. Pero además, aquí había otro problema: las plazas a las que habría podido optar eran plazas universitarias con una enorme carga docente. En Suecia he podido dedicarme a la investigación con mucha más intensidad.

P. Pero incluso en Suecia hay, según su conferencia, un techo de cristal para las mujeres científicas.

R. La situación ha mejorado mucho, pero todavía estamos lejos de la paridad. El problema es que el talento por sí mismo no determina la carrera científica. Hay otros factores que influyen, en los que las mujeres están peor situadas. De hecho, según el informe ETAN, tanto España como Suecia se encuentran entre los países que el 55% o más de los licenciados son mujeres, pero luego se produce la famosa tijera, en que ellos van subiendo y ellas van cayendo. La sociedad ha de tomar conciencia de que educar a las mujeres en carreras científicas y no aprovechar al máximo su potencial investigador, además de una injusticia, es una malversación de recursos.

P. Las leyes garantizan la igualdad. ¿Cómo es que ese derecho se diluye luego entre las probetas?

R. Dos científicas suecas, Christine Weneras y Agnes Wold, se plantearon esta cuestión y analizaron qué ocurrió en el concurso de becas posdoctorales del Consejo de Investigación en Biomedicina de Suecia del año 1995. Había 20 becas y se presentaron 114 solicitantes, 62 hombres y 52 mujeres. Se dieron 16 becas a hombres y cuatro a mujeres. ¿Por qué esta enorme diferencia?, se preguntaron. Después de analizar minuciosamente todos los expedientes, llegaron a conclusiones muy interesantes. Por ejemplo: incluso en los parámetros más objetivos, los que valoraban los trabajos publicados y su impacto, en igualdad de méritos, las mujeres tuvieron puntuaciones muy inferiores a los hombres, por debajo incluso de la puntuación del más incompetente. Y también observaron que los seleccionados tenían fuertes relaciones personales con los miembros del tribunal evaluador. Finalmente tradujeron todos los parámetros analizados a cifras y publicaron en Nature un demoledor artículo que demostraba que para llegar al mismo lugar, una mujer necesitaba publicar tres veces más que un hombre.

P. ¿Sirvió de algo poner en evidencia esa realidad?

R. Sí, hubo una gran polémica y a raíz de este estudio se aplicaron una serie de medidas que han logrado un nivel de transparencia y de concienciación muy importantes. Porque para promover la igualdad hay muchas medidas posibles, pero algunas, como bajas de maternidad más largas, plazas adaptadas a las necesidades de las mujeres, son muy caras y tienen más dificultades, pero hay otras, relacionadas con la trasparencia, que apenas tienen coste y en cambio son muy efectivas para impulsar el cambio.

P. ¿Por ejemplo?

R. En Suecia todos los órganos de decisión, como los comités de evaluación o de concesión de becas, han de tener una composición paritaria. No es obligatorio, porque en algunos ámbitos no hay suficientes candidatas, pero es una recomendación fuerte, y si un comité no puede tener una representación paritaria, lo ha de justificar en un informe público. Además, el Consejo de Investigación sueco ha de presentar al Gobierno un informe anual indicando qué ha hecho para promover la paridad y qué resultados ha obtenido.

 

Educación democrática y vida cotidiana

 

Santiago Sánchez Torrado es escritor y educador, coordinador del Programa de Educación en Valores de la Comunidad de Madrid.

 

En los últimos tiempos hemos podido leer en los periódicos que el Gobierno se propone reforzar la educación de los valores democráticos en la escuela, lo que sin duda es una buena noticia, una promesa que ojalá se concrete y se aplique con la mayor generosidad y racionalidad posibles.

La situación que tenemos a este respecto no es buena ni fácil, lo que aumenta el valor y la importancia de dicha iniciativa y la hace más oportuna. Una y otra vez hemos de salir al paso de los tópicos con los que frecuentemente se reviste a nuestra "sociedad democrática": la manida retórica sobre el hecho de la participación (mientras que nuestro tejido asociativo y participativo es preocupantemente débil), las comprobadas insuficiencias de la democracia formal y representativa que tenemos (cuando la participación democrática delegada se reduce a emitir un voto cada cierto tiempo), etc.

Además, los hechos que ocurren en nuestra sociedad se expresan con lenguajes diversos, lo que hace más endeble la consistencia y la veracidad del clima democrático: en primer lugar, el lenguaje directo de la calle que nos brindan los medios de comunicación (especialmente la televisión), que nos aporta un realismo muy positivo, pero también un creciente peligro de resignación y trivialización. Con ocasión de los recientes atentados terroristas de carácter "menor" en nuestros lugares costeros, resultaba llamativo oír la opinión de algún ciudadano quitando casi toda importancia a tales hechos y convirtiéndolos en una anécdota "que no nos va a asustar".

Después, el lenguaje de los políticos, siempre a remolque de los hechos con notable vaguedad retórica y carácter generalista, sin aportar ninguna respuesta concreta ni análisis minimamente incisivo para la solución de los problemas. Y por encima de todo, el lenguaje brutal de los hechos importantes y graves (referentes sobre todo al terrorismo y al ámbito de la emigración, así como las tragedias domésticas cotidianas de los malos tratos, la situación de las prisiones, etc.), que son tercos y reiterados, y que nos sumen en el desconcierto, la desesperanza y la impotencia.

En este áspero panorama se sitúa la necesidad de la tarea educativa en el ámbito de los valores democráticos, y ello tanto en el campo de la educación formal y reglada -articulando con coherencia didáctica los objetivos, contenidos, metodología y actividades de dicha tarea- como en el terreno de la educación no formal. Su núcleo temático principal consiste en la formación de una conciencia cívica basada en el respeto activo y fundamentado a los valores de la democracia (no ya como sistema social y político, sino también como forma de vida, como actitud personal y existencial), y su perfil y estructura es de naturaleza integral y abarcadora de toda la persona.

Por ello, un primer nivel del que debe ocuparse la educación democrática es el mundo emocional y afectivo de nuestros educandos, cultivando con asiduidad sistemática los sentimientos positivos, la empatía profunda con la realidad, la confianza en la vida y en las personas, el respeto y la aceptación de las diferencias, el entusiasmo por las cosas y tareas y la autoestima hacia uno mismo. Todo ello constituye el subsuelo imprescindible de una formación cívica responsable y coherente, de una adecuada educación para la ciudadanía.

Otro nivel no menos importante que debe abarcar la educación democrática es el campo del pensamiento racional y del análisis crítico. Los ciudadanos que queremos formar son aquellos que poseen un criterio para la acción basado en un conocimiento informado y crítico de la realidad. Un tipo de conocimiento que no se limita a la descripción y el análisis de los hechos, que incluso va más allá de su explicación e interpretación. El saber del ciudadano es aquel que le permite cuestionar la realidad, establecer valoraciones y plantear alternativas; un saber como bagaje para la participación, que le capacite para elaborar soluciones, asumir compromisos y que le oriente para las distintas opciones posibles que pueda tomar. Así lo afirma -entre otros autores- Araceli Vilarrasa en un artículo titulado 'Comprender para actuar, actuar para comprender', publicado en la revista Aula de Innovación Educativa, número 125.

La educación en valores democráticos ha de incluir también la apertura a la solidaridad, partiendo del mundo afectivo personal y ensanchándolo en redes concretas de mayor a menor cercanía y de envergadura y amplitud crecientes (familia, grupo de amigos, clase, centro escolar, barrio, asociaciones de menor a mayor radio, incluyendo la cooperación solidaria con el tercer y cuarto mundos...), siempre en la perspectiva de una participación real y concreta, aunque sea limitada, y procurando traducir a la vida cotidiana la "ética del cuidado", la dedicación a los demás, de tantas y tan sugerentes aplicaciones. El "enganche" de la actitud solidaria con el mundo personal y afectivo del educando/a protege a dicha actitud de un posible abstractismo que la esteriliza o disminuye.

Y acompañando a los niveles anteriores, es importante asimismo cuidar la disciplina de la voluntad -inserta también en las exigencias más íntimas y arraigadas de la persona de nuestros alumnos/as-, la virtud de la tenacidad y del esfuerzo (sin exagerarlas unilateralmente ni equivocando su verdadero sentido), la formación de los "hábitos del corazón", que son, en definitiva, los más determinantes.

Todo lo dicho hasta aquí nos hace ver -como también se dice en el artículo antes citado- que la educación en los valores democráticos no consiste sólo en añadir una nueva asignatura o algunas actividades a la vida del centro, sino que supone una profunda transformación cultural que afecta a toda la estructura del sistema educativo y a la misma concepción de las ciencias que se enseñan, a las prioridades en las materias básicas, al modo de enseñar y de aprender, a las relaciones sociales que se establecen en la escuela, así como entre la escuela y el entorno.

Educar para los valores democráticos en la vida cotidiana es, sobre todo, educar en la participación, vinculándola a la formación de una opinión basada en argumentos y reflexionando sobre dicha participación. Participar es, asimismo, dialogar, ser escuchados y consultados, contribuir a la toma de decisiones, también y especialmente en el difícil campo de la resolución de conflictos. Todo ello realizado en la reflexión desde la práctica y dirigido a ella.

Por todo lo expuesto, nos parece no sólo muy aceptable, sino estrictamente necesaria, la iniciativa oficial de incrementar y reforzar la educación de los valores democráticos en la escuela -que requiere también la colaboración de la familia y de la sociedad en su conjunto- y merece una rigurosa y cálida acogida.

 

 

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