Presentacions de llibres

Un gran recital poètic

Mauricio Vidales ens va oferir una vesprada que tardarem a oblidar

20 / 12 / 2012 | Dolors Jimeno

El dia 12 de desembre, el poeta colombià Mauricio Vidales va parlar, llegir, recitar i compartir històries de vida a la seu de la Intersindical durant l’acte Nuevo canto de los farallones.

Aquest home lluitador, membre de l’àrea de Moviments Socials de la Intersindical Valenciana, va estar acompanyat d’un bon grapat d’amigues i amics i d’altres persones que conformaren un nombrós públic. Una de les assistents va agrair la intervenció del poeta amb una cançò que li va dedicar a capella. Es va parlar de la situació a Colòmbia, es va parlar de política, es va parlar de poesia.
A continuació reproduim el text que va dir Luis González Barrios i que, com sol ser habitual en totes les persones que col·laboren amb Intersindical Cultura, ens ha cedit generosament:

Mauricio Vidales, poeta de acantilados.

Mauricio Vidales, nace en Cali, Colombia, 1962. Estudia Humanidades en la Universidad del Valle y desde mediados de los 80 participa en diversos talleres literarios de su ciudad natal, en las universidades de Santiago de Cali y la Libre. En 1998 se vincula al Teatro Experimental de Cali, donde tiene un encuentro decisivo con el que será su maestro Enrique Buenaventura, principal artífice, junto a Santiago García, del Nuevo Teatro Colombiano y del método de creación colectiva. En 2001 marcha a París, y en el 2002 llega a España, donde reside desde entonces. Ha publicado tres libros de poesía “Festejo de Ausencias” (2001), “Huella de Silencios” (2006) y “De-cantares de ires, iras y esperanza” (2009). Ha publicado multitud de artículos literarios y políticos, y en la actualidad participa activamente en las labores del Movice (Movimiento de Víctimas de Crímenes de Estado de Colombia), en su sección del País Valencià. El pasado Noviembre, con el apoyo de la Intersindical valenciana y con motivo de los procesos de paz, el Movice ha lanzado la Plataforma Europea por la Paz de Colombia, capítulo País Valencià, una necesaria iniciativa para el acompañamiento de dichos procesos de paz en Europa.
Así, Mauricio encarna a la perfección la figura del escritor comprometido, esto es, la del hombre cuya palabra y cuya acción se abrazan en un todo indistinguible. Esta coherencia es lo primero que uno entiende al conocerlo, y es que el apasionamiento que Mauricio pone en cada cosa lo delata. Porque este caleño, pasado por el mediterráneo, es ante todo un hombre transparente, honesto, vital, de una generosidad que sorprende y que cautiva. O dicho de otra forma, Mauricio, nuestro compañero de huertos, poesías y demás andanzas es, como diría su querido Martí, un terco jardinero de amistades, un incansable agricultor de “rosas blancas.” Esta actitud, en un entorno dado al miedo y la desconfianza, ya es en sí misma revolucionaria. Y esta actitud en lo personal, como dijimos, se traduce sin fracturas a su política y a su poesía. Mauricio Vidales es un poeta revolucionario, un poeta comunista, en el más bello sentido que podemos dar a estas palabras. De este modo, su compromiso militante y artístico nacen de una comprensión profunda de un hecho a menudo olvidado: que no hay libertad posible si no es compartida por todos, que sólo en el encuentro con “los otros”, en cuanto libres e iguales, acierta el ser humano un principio de liberación. Por eso Mauricio, al igual que su paisano Radamel Falcao, “mete la pierna” en cada jugada poética, sin temor al desgarro, sin cálculos, sin reservas, porque no concibe el “juego” de la vida de otra forma. Es por ello su poesía liberadora y sanadora a un mismo tiempo, un mejunje verbal que tiende puentes, cierra cicatrices y nos permite seguir caminando.
Sus temas, como no podía ser de otra forma, son los temas universales: el amor, la muerte, la justicia, el arte, pero preñados de ese aroma latinoamericano tan reconocible, tan desbordante, tan colombiano, tan caleño. Dice en uno de sus poemas: “mi tierra derramada desde los Andes Occidentales/vigías del Océano Pacífico/es un concierto de tambores y de flautas/ huele a selva, mar y fruta madura / y la música truena bajo las balas/ sus habitantes cuando danzan/ olvidan si es de día o es de noche/ solo escuchan su corazón que ríe/ por no llorar como el payaso/ cantando en soledad su desamparo.”  Como acabamos de ver, la poesía de Mauricio, que es también la poesía de ese pueblo colombiano que danza bajo las balas, es el canto del ser humano ante el abismo, el grito desafiante y vital ante el rostro obsceno de la muerte.
Hay poetas del silencio, de la contención, de lo apolíneo. Hay poetas del desbordamiento, del aullido, poetas dionisiacos. Mauricio pertenece sin duda a este segundo grupo. La poesía de Mauricio es, como venimos diciendo, exuberante, torrencial, generosa, la imprecación amorosa del viejo bardo a la tormenta, porque la reclama y no la teme, porque entiende que la calma no es sino el interludio amable de otra lucha. Es por tanto Mauricio un poeta del límite, pero no quicios o de hendiduras de puerta, sino de acantilados y de farallones. Es un artista del conjuro y de la invocación, como lo fue Whitman, como León Felipe, como el verso ascendente del sufí o el aullido más desgarrador de Allen Ginsgberg. Es por tanto Mauricio un poeta para ser cantado, para ser gritado, para ser leído junto a las últimas hogueras de la playa.
Lleva en sus versos el grito de una américa mestiza, indómita, doliente. El rugido milenario de un continente que se niega a ser provincia, un continente maduro que ha aprendido a quererse a base de golpes. Tu América, que es nuestra américa, hija del indio, del africano, del europeo, cansada ya de yugos imperiales, cansada de carabelas y de shopping centers, defiende al fin con orgullo su sed de independencia. En una reciente entrevista a para la revista Tiempo Argentino, Noam Chomsky, gran estudioso de Latinoamérica nos dice:
“Es que desde principios del siglo XXI sus países (refiriéndose a Latinoamérica) se han levantado ´por primera vez en 500 años ante la dominación occidental y de EE UU (…) También han estado moviéndose despacio pero significativamente hacia la unificación y muy lentamente se han ocupado de algunos asuntos internos muy extremos.´” (refiriéndose a asuntos tales como la educación, los derechos de las minorías, la erradicación de la pobreza o el control los recursos naturales)
Cuando uno contempla el mapa político del mundo, en particular cuando lo hace desde este rincón de una Europa que se auto devora, ciertamente observa un despertar en el continente americano que es ya una realidad, un presente. Pero en esta lucha por la senda de Bolívar y Martí, de Guevara y Salvador Allende, a Colombia, que es también nuestra Colombia, le ha tocado la parte más sangrienta. Cientos de miles de muertos, millones de desplazados, presos políticos, tortura, extorsión, exilio. Un conflicto que dura demasiado ¿60 años? y cuyas causas no debemos titubear en señalarlas: el sistema de dominación capitalista, la codicia oligárquica, la internacionalización del expolio, la adoración irracional a las fuerzas del mercado, algo que también nos suena por estas tierras valencianas. Esto es, un orden alienante donde las gentes y la naturaleza operan al servicio de una abstracción llamada “rentabilidad”, la tierra y las personas concretas al servicio de una cuenta corriente situada en algún paraíso fiscal. Y, como alguien dijo: ¡Qué triste que hoy en día los únicos paraísos sean fiscales!
Llegados a este punto, os preguntaréis, con razón: ¿Y qué papel juega la cultura en general, y la poesía en particular en todo este jaleo? ¿No estaremos combatiendo gigantes con metáforas? Y digo yo, modestamente: ¿y qué es eso de la “prima de riesgo”  o los famosos “mercados” sino metáforas para someternos? Porque conviene no olvidar que el discurso del amo, el que interiorizamos y con el que interpretamos el mundo, está compuesto de metáforas, palabras, juegos simbólicos. Y que el que domina los significados el lenguaje nos domina. Por eso nunca pensemos que la poesía y las artes, es decir, los usos creativos y liberadores del lenguaje, son cosas accesorias, decorativas, gratuitas. En la célebre obra de Lewis Carrol, A través del espejo, hay un pasaje que escenifica a la perfección esta relación entre poder y lenguaje. Humptey Dumpty, un arrogante huevo cuyo orgullo le ha llevado a sentarse en lo alto de una tapia, mantiene la siguiente conversación con Alicia en torno al significado de una palabra (en este caso la palabra “gloria”):

“Cuando yo uso una palabra—insistió Humpty Dumpty con un tono de voz más bien desdeñoso—quiere decir lo que yo quiero que diga…, ni más ni menos.
—La cuestión—insistió Alicia—es si se puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes.
—La cuestión—zanjó Humpty Dumpty—es saber quién es el que manda…, eso es todo.”

Así, Humptey Dumptey, con la petulancia que le caracteriza, nos recuerda que el significado que cobran las palabras está inscrito en relaciones de poder, a menudo autoritarias. Por consiguiente, nuestro deber como seres verbales, inmersos y construidos por palabras, es estar siempre alerta a dichas relaciones de poder para combatirlas. Nuestro deber, como bien sabe Mauricio, es liberar la palabra la palabra para liberarnos.
Y así llegamos a otra cuestión crucial que todo escritor comprometido también debe abordar. La pregunta del cómo y para quién escribimos. Para responderla repasaremos nuestra historia reciente. En Valencia, en Agosto de 1936, en este caso, bajo las balas del franquismo, se celebró el Congreso Internacional de Escritores en Defensa de la Cultura. El poeta Antonio Machado pronunciaba las siguiente palabras: “Para nosotros,”-decía Machado “defender y difundir la cultura es una misma cosa: aumentar en el mundo el humano tesoro de conciencia vigilante ¿Cómo? Despertando al dormido.” Y añadía don Antonio: “(…) o escribimos sin olvidar al pueblo, o sólo escribiremos tonterías.” (Nótese que el poeta dice astutamente “sin olvidar” al pueblo, es decir, elude la obligación de escribir “sobre” o “desde” el pueblo) Para el poeta sevillano este hecho no implicaba en absoluto hacer una poesía fácil y ordinaria, porque como bien apunta “escribiendo para el pueblo se escribe para los mejores.” Y finalmente concluía: “(…) escribir para las masas no es escribir para nadie, menos que nada para el hombre actual, (….) Si os dirigís a las masas, el hombre, el cada hombre que os escuche no se sentirá aludido y necesariamente os volverá la espalda.” Por eso, hoy, como siempre, es necesario seguir haciendo cultura de calidad y pensando en el pueblo, porque la lucha por la cultura, como bien sabe Mauricio y sabía don Antonio, no es una lucha cualquiera, no es la lucha por la fama o el dinero, sino una lucha por la conciencia y la emancipación.
En estos tiempos de expolios, Latinoamérica y su inconmensurable torrente cultural nos ofrecen a los europeos una salida viable a nuestro estancamiento, a nuestra falta de propuestas concretas, una fórmula heterodoxa frente al dogmatismo del pensamiento único. Miremos, por una vez, más allá de nuestras estrechas recetas, de nuestra cosmovisión fallida que nos ha arrastrado precisamente a este atolladero. Escuchemos y aprendamos de las voces del exilio, que como Mauricio, nos hablan de otras tierras, de otras luchas, de otras formas de abordar un mismo conflicto. En uno de sus textos más hermosos, el Mauricio inmigrante se dirige a su país de acogida, que es el nuestro, y así nos interpela: “Dale voces a tus nuevos hijos, llámalos por su nombre de pila como antiguos vecinos. Sacude la caspa de tu mano azul y cifra tu futuro en un concierto de risas y de abrazos que no podrá cubrir a tus esquilmadores y sus protectores. No dejes que el oropel siga deslumbrando a tus raizales y que el turbio mirar al extranjero desdibuje el amplio horizonte que te llama. Si lo haces, te prometo que estaré a la espera de tu abrazo para elevar hacia vos –morena mujer que habito sin que sepas aún quien soy-mi más noble canto. “ Así, como bien nos señala Mauricio, abrámonos, luchemos cada cual en su terreno, pero aprendamos y trabajemos con nuestros hermanos griegos, palestinos, saharauis, colombianos, iraquíes, afganos, pakistaníes, mexicanos, chilenos, egipcios… alemanes y estadounidenses, por supuesto… la lista sería interminable. Tejamos una red que desafíe la barbarie. Unámonos, organicémonos, luchemos juntos, porque allá donde el pueblo combate por su emancipación nos la jugamos todos. Por eso, en este momento transcendental para Colombia, no la dejemos sola, porque en su victoria ganamos todos, y en su derrota seremos todos un poco menos libres.  En este momento histórico para los colombianos, revivamos, con permiso del maestro Vallejo, nuestro querido Cesar Vallejo, ese hermoso canto a la solidaridad escrito también bajo las balas: “(…) si la madre Colombia cae-digo, es un decir-, si la madre latinoamericana cae, salid, niños del mundo; id a buscarla!...”

                                          Luis González Barrios,
Valencia, 12 Diciembre 2012.




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