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Declaració del CVC sobre la commemoració del centenari de la I Guerra Mundial

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02 / 06 / 2014 | Dolors Jimeno

En julio de este año se cumplirá el centenario del comienzo de la I Guerra Mundial.

Fue una contienda larga y sangrienta, que a lo largo de cuatro años y medio causó

la muerte de más de 17 millones de personas, entre combatientes y civiles, y más

de 20 millones de heridos y mutilados. Se movilizó a unos 70 millones de personas,

procedentes de casi todos los países europeos y sus colonias, y de naciones como

EEUU, Japón, Turquía y China.

Las causas del conflicto fueron esencialmente económicas y geopolíticas. El auge

de los imperialismos había exacerbado la competitividad entre las potencias, y cada

país había descubierto en el estudio de su propia historia motivos de resentimiento y

reivindicación hacia sus vecinos. El pretexto inmediato fue el asesinato en Sarajevo

del heredero del trono austrohúngaro. Los países implicados invocaron antiguas

alianzas y apenas se realizaron esfuerzos diplomáticos serios para detener el

conflicto. Convencidas de que la guerra iba a durar muy poco, las tropas partieron

hacia los frentes con un entusiasmo que no tardó en desvanecerse.

Algunos habían vaticinado que esa guerra acabaría con todas las guerras. No

fue así, obviamente, y las cláusulas del tratado de Versalles que selló la paz

condicionaron la posguerra y abocaron, algo más de veinte años después, a la II

Guerra Mundial, que hasta ahora ha sido el conflicto más mortífero de la historia de

la humanidad.

La magnitud de esta segunda catástrofe que asoló Europa y otras partes del

mundo propició la creación de organismos como la Organización de las Naciones

Unidas, destinada a solucionar los conflictos de manera colegiada y pacífica. En

Europa, la Declaración Schuman (1950), marcó el inicio de la integración de los

estados europeos como un movimiento de contraposición a las tensas rivalidades

que habían propiciado las dos guerras mundiales. Fue el primer paso hacia la

Comunidad Económica Europea, a la que España se adhirió en 1986, y que en 1992

se convirtió en la Unión Europea. En ese marco, fundamentalmente económico, los

países europeos han aprendido la importancia de la negociación y de la convivencia

Uno de los mayores logros de esta nueva senda de concordia es el Estado de

Bienestar, cuyos resultados y objetivos han servido no solo como fundamento moral

de cohesión social, sino también como base realista y necesaria del bienestar socio

económico común.

Pese a sus muchos logros, Europa es vulnerable. Entre los estados miembros hay

fricciones y numerosos conflictos de intereses, que en la actualidad parecen haberse

agravado, quizá debido al modelo de construcción europea, fundamentalmente

económico, y al déficit democrático. Esas deficiencias, más evidentes a raíz de la

crisis, amenazan con desmantelar el Estado de Bienestar. Surge una creciente

desigualdad entre los europeos, que discurre a dos niveles: por un lado, dividiendo

a Europa en países ricos y pobres, en el Norte y el Sur, y por otra parte aumentando

la brecha social en el interior de cada país miembro. La curva de la desigualdad está

creciendo y ya es equiparable a la que había en 1914.

El desfase entre el Norte y el Sur ha contribuido al aumento del número de

euroescépticos, que no entienden ni aceptan unas normas comunitarias que en

su opinión empeoran sus condiciones de vida. Para conseguir los objetivos que la

iniciativa de la UE se trazó en su momento, conviene afianzar la salud democrática

y acercar las instituciones europeas a los ciudadanos. Es un reto que la UE ha de

gestionar con inteligencia, diplomacia, sensibilidad y ética política.

Existen otros conflictos que debemos abordar: la situación desesperada de

África representa un compromiso ético y político para Europa. La llegada masiva

de inmigrantes a las costas españolas e italianas obliga a que Europa tome

medidas comunitarias sobre inmigración que no estén basadas en la represión y la

vulneración de los Derechos Humanos. La solidaridad, la cooperación y la ayuda

humanitaria, con criterios de legalidad y de justicia social, han de ser las señas de

identidad de una Europa ilustrada, que no debemos poner en riesgo.

Desde el Consell Valencià de Cultura aprovechamos la conmemoración del

centenario de la I Guerra Mundial para hacer un llamamiento a la reflexión y la

autocrítica conjunta, al aprendizaje de los errores históricos y al recuerdo del valor y

la importancia de la vida humana y de todos aquellos que la perdieron hace un siglo.

Comisión de Promoción Cultural del http://cvc.gva.es/

MAYO 2014




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