En julio de este año se cumplirá el centenario del comienzo de la I Guerra Mundial.
Fue una contienda larga y sangrienta, que a lo largo de cuatro años y medio causó
la muerte de más de 17 millones de personas, entre combatientes y civiles, y más
de 20 millones de heridos y mutilados. Se movilizó a unos 70 millones de personas,
procedentes de casi todos los países europeos y sus colonias, y de naciones como
EEUU, Japón, Turquía y China.
Las causas del conflicto fueron esencialmente económicas y geopolíticas. El auge
de los imperialismos había exacerbado la competitividad entre las potencias, y cada
país había descubierto en el estudio de su propia historia motivos de resentimiento y
reivindicación hacia sus vecinos. El pretexto inmediato fue el asesinato en Sarajevo
del heredero del trono austrohúngaro. Los países implicados invocaron antiguas
alianzas y apenas se realizaron esfuerzos diplomáticos serios para detener el
conflicto. Convencidas de que la guerra iba a durar muy poco, las tropas partieron
hacia los frentes con un entusiasmo que no tardó en desvanecerse.
Algunos habían vaticinado que esa guerra acabaría con todas las guerras. No
fue así, obviamente, y las cláusulas del tratado de Versalles que selló la paz
condicionaron la posguerra y abocaron, algo más de veinte años después, a la II
Guerra Mundial, que hasta ahora ha sido el conflicto más mortífero de la historia de
la humanidad.
La magnitud de esta segunda catástrofe que asoló Europa y otras partes del
mundo propició la creación de organismos como la Organización de las Naciones
Unidas, destinada a solucionar los conflictos de manera colegiada y pacífica. En
Europa, la Declaración Schuman (1950), marcó el inicio de la integración de los
estados europeos como un movimiento de contraposición a las tensas rivalidades
que habían propiciado las dos guerras mundiales. Fue el primer paso hacia la
Comunidad Económica Europea, a la que España se adhirió en 1986, y que en 1992
se convirtió en la Unión Europea. En ese marco, fundamentalmente económico, los
países europeos han aprendido la importancia de la negociación y de la convivencia
Uno de los mayores logros de esta nueva senda de concordia es el Estado de
Bienestar, cuyos resultados y objetivos han servido no solo como fundamento moral
de cohesión social, sino también como base realista y necesaria del bienestar socio
económico común.
Pese a sus muchos logros, Europa es vulnerable. Entre los estados miembros hay
fricciones y numerosos conflictos de intereses, que en la actualidad parecen haberse
agravado, quizá debido al modelo de construcción europea, fundamentalmente
económico, y al déficit democrático. Esas deficiencias, más evidentes a raíz de la
crisis, amenazan con desmantelar el Estado de Bienestar. Surge una creciente
desigualdad entre los europeos, que discurre a dos niveles: por un lado, dividiendo
a Europa en países ricos y pobres, en el Norte y el Sur, y por otra parte aumentando
la brecha social en el interior de cada país miembro. La curva de la desigualdad está
creciendo y ya es equiparable a la que había en 1914.
El desfase entre el Norte y el Sur ha contribuido al aumento del número de
euroescépticos, que no entienden ni aceptan unas normas comunitarias que en
su opinión empeoran sus condiciones de vida. Para conseguir los objetivos que la
iniciativa de la UE se trazó en su momento, conviene afianzar la salud democrática
y acercar las instituciones europeas a los ciudadanos. Es un reto que la UE ha de
gestionar con inteligencia, diplomacia, sensibilidad y ética política.
Existen otros conflictos que debemos abordar: la situación desesperada de
África representa un compromiso ético y político para Europa. La llegada masiva
de inmigrantes a las costas españolas e italianas obliga a que Europa tome
medidas comunitarias sobre inmigración que no estén basadas en la represión y la
vulneración de los Derechos Humanos. La solidaridad, la cooperación y la ayuda
humanitaria, con criterios de legalidad y de justicia social, han de ser las señas de
identidad de una Europa ilustrada, que no debemos poner en riesgo.
Desde el Consell Valencià de Cultura aprovechamos la conmemoración del
centenario de la I Guerra Mundial para hacer un llamamiento a la reflexión y la
autocrítica conjunta, al aprendizaje de los errores históricos y al recuerdo del valor y
la importancia de la vida humana y de todos aquellos que la perdieron hace un siglo.
Comisión de Promoción Cultural del http://cvc.gva.es/
MAYO 2014